Friday, November 28, 2008

Que cuente la intención, por lo menos.

Vamos a partir de dos frases bastante sabias, de las cuales desconozco autoría. La primera reza: “cuando ya no haya nada que hacer, pues no hagas nada”; y la otra: “la intención es lo que cuenta”.

En el caso de la primera frase, queda claro que ante lo imposible, no cabe reclamo, y trabajar por conseguir tales inexistentes empresas, es inoficiosa tarea. Pero son esos imposibles los que necesitamos conocer, para poder reclamar, a nuestras autoridades, la realización de lo que si es efectivamente posible. Al mismo tiempo, es obligación de la autoridad, pues, precisamente, no ofertar imposibles. Al que oferta imposibles, fingiéndose realizador de las pasiones del pueblo, se le llama demagogo. El demagogo, finalmente, y luego de calificarse su participación en el poder público, es odiado por quienes se vieron halagados por sus discursos.

Pobre del hombre que, habiéndose hecho conocer y querer por sus vecinos durante una vida entera, termina presa de su propio exceso, iluminado solo por la crítica infausta de quienes antes le procuraron bondades.

Ahora bien, es posible esquivar la demagogia, cuando el que ofrece, lo hace desconociendo la imposibilidad de sus ofrecimientos. Es decir, puede ser que las ofertas, dadas de buena fe, se vean irrealizables en la práctica por motivos anteriormente desconocidos. En este solo caso, el ofertante voluntarioso, en lugar de demagogo, puede ser calificado como inocente, soñador, o como un simple desconocedor de la realidad. En todo caso, no saber, no es pecado, pero engañar si lo es.

Si se ofrece sin saber lo que se ofrece, se gesta un doble engaño: para uno mismo, y para los demás.

Pero ofrecido con buena voluntad, cabe reconocer en lo imposible, aunque no la obra, si la intención. Desde luego, la intención es la que cuenta. Esta intención, en asuntos públicos, se refleja en la existencia de proyectos de ejecucción, o borradores de reformas, o estudios de factibilidad. La intencionalidad de la autoridad no puede enclaustrarse en su solo y anónimo pensamiento: debe hacerse física, demostrable, al menos, semi-real. La intención de construir se representa en los planos, no en la simple oferta de construir. Si en los planos y estudios se demuestra que tal construcción no es factible, entonces, se aplaude la intención; pero, si no existen tales planos, se condena la demagogia.

Debemos en este punto preguntarnos: ¿nuestros líderes y autoridades, merecen aplauso o condena?, ¿son demagogos o solo están desorientados?, ¿donde están los proyectos, estudios, convenios, y/o borradores?, ¿y la intención, donde quedó?, al final, la intención... ¿cuenta?.