Sunday, September 20, 2009

Fantasmas


Quiero descansar, pero no puedo. Un fantasma ronda mis noches. Es el espíritu de un cadáver que lucha por entrar en mi cuerpo. Adormece mis sentidos y gira alrededor de las sombras de mi cuarto, fingiendo. Fingiendo.

Solo simula estar ahí; pero yo se que ya no se encuentra. Después de todo, ¿quién cree en fantasmas hoy en día?

Insisto en dormir, y mi fantasma insiste en existir. Este ser extraño, nacido del inconsciente de mi corazón, busca la manera de velar mis noches. Quiere dañarme. Dice que me quiere. Quiere dañarme. Dice que me ama. Quiere dañarme.

Quiero dormir.

Despierto de no estar dormido. Miro a mi costado, y he ahí a mi espectro. No sé por qué le digo MI fantasma, no es mío, sino de otra persona. Pertenece a otro cadáver y es a éste al que está buscando. No a mí. Me confunde, pues cree que soy otra persona, un cadáver que conoció cuando mi fantasma estaba vivo. Le digo que ya no estoy, que al que busca ya se fue, que quien habita mi cuerpo ahora, es otro; sin embargo, ronda mis noches, grita a mi oído y se vuelve presente.

Luego, abro mis ojos para poder dormir. Miro lo que queda de mi habitación. Él se vuelve difuso, se esconde en medias verdades y falacias incompletas. Regresa a su propia sombra, y desaparece. Sin embargo sigue ahí, esperando que cierre los ojos. Me mira, me habla y me obliga a escucharlo.

Viste un paño gris, donde mis seguridades se tejen con mis temores y recuerdos. Su cabeza está cubierta por telarañas, similares a las que hace poco cubrían mis ojos y manos. Las alimañas se pasean en su pecho, tratando de beneficiarse de lo poco que queda sobre sus huesos. Sus ojos, inexpresivos, solo se dejan ver cuando busca mis debilidades, cuando rastrea mi imagen en busca de aquel, que perdió. Sus piernas están rotas, no puede caminar. En su espalda, quedan dos cicatrices que no han dejado aún de supurar; seguramente tuvo alas, puede que a la pérdida de sus alas se deba sus piernas rotas: cayó desde muy alto. Puede que así haya muerto.

Su rostro me es familiar, pero de esa familiaridad rara, como cuando uno halla, semienterrada, una vieja pelota de tenis cubierta de moho, y la recuerda como parte alegre de la infancia, aunque no es la misma, y ya no sirve. Su físico es escaso: la cabeza apunta al suelo, su cuello ha perdido volumen y sus hombros se encogen sobre su pecho, cobijando sus alimañas y exponiendo las heridas de sus alas rotas. Su cintura permanece rígida, en el interior del estómago guarda restos inertes de mariposas, extintas hace mucho tiempo. Sus caderas se han absorbido, para hacer más notorias sus piernas rotas, carentes de volumen, que terminan en pies descalzos, fríos y doloridos.

Me da pena mi fantasma. Debe ser muy feo y muy triste tener que comer sombras, luego de haber tenido alas, y haber volado hasta taparles el sol a sus admiradores.
Sacudo la cabeza. Me voy a hacer pipí. Regreso. Me pregunto de nuevo, hoy en día, ¿quién cree en fantasmas? Entonces decido no creerle a mi fantasma, dejarle hablando solo.

Ahora si, me voy a dormir.