Llaves rosas son las que permiten el
ingreso a mis dominios. Con ellas, se abren todas mis puertas y se
cierran todas mis ventanas.
Yo no tengo llaves rosas: encerrado
estoy en mi. Es, mi reino, una amplísima cárcel, donde
cuento soles y lunas como tu cuentas borregos, para poder dormir. Así
se devienen mis días, cada día compuesto por muchos años, cada año
compuesto de unos pocos segundos.
Es amplia mi cárcel, en ella gozo de
las mayores bondades y de los más altos placeres. No quiero salir,
sino que tu entres. O, si saliera, sería por tu petición y solo
para adentrarme en tu propiedad, y, con el tiempo, volverme tu dueño. Es que, además, yo no tengo las
llaves rosas, las tienes tu. ¿Cómo podría, entonces, yo decidir si
salgo o entras?
Hay que tener cuidado con esas llaves:
son celosas. Podrás encontrarlas mil veces, pero perderlas solo una
vez. Si tu abandonas las llaves rosas, ¿cómo llegarás a mi?, ¿cómo
saldré yo, a tu patio, a jugar?.